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Sunday, December 26, 2010

Mark Twain y 2011

En “Un legado de 30,000 dólares”, Mark Twain cuenta la historia de una familia de clase media americana, los Foster. El Sr. Foster era contable, y la Sra Foster era una soñadora, leía novelas en privado y le gustaba invertir en propiedades. Tenían dos hijas.

Gracias a la pericia de la Sra Foster, luego de algunos años consiguió tener algunos terrenos, que compraba baratos y vendía luego a mejor precio. A raíz de estas inversiones, la familia logró finalmente tener unos ingresos estables y una vida cómoda.

Todo se complica cuando los Foster reciben una carta de un tío, con el cual no tenían relación (mas bien tenían mala relación), en donde este familiar les dice que pronto morirá y que toda su fortuna (30 mil dólares) iría a parar a ellos, siempre que (siempre hay una “siempre que” en estas historias...) no preguntasen nunca por el orígen de ese legado, ni hubiesen hecho pesquisas sobre si finalmente había muerto, ni tampoco deberían haber asistido al funeral.

Al principio, y para informarse sobre la muerte de su tío sin preguntar a nadie, decidieron suscribirse al periódico de su pueblo (el Sagamore), ya que seguramente su muerte aparecería en las necrológicas, pero los meses iban pasando y su muerte no aparecía publicada.

En ese momento el matrimonio se revoluciona, y comienzan a imaginarse historias imposibles basadas en ese legado.

Viven en una burbuja donde los precios de activos imaginarios comprados van subiendo, ellos venden y se hacen millonarios, así vuelven a comprar y entonces los precios suben más y así se hacen más millonarios, hasta que –entonces multimillonarios- pasan a dedicarse a la filantropia, ayudando a organizaciones caritatitvas.

En medio de ese delirio de imaginación, incluso hay espacio para que el marido le pida perdón a su mujer porque, mientras ella estaba ayudando a iglesias y niños huérfanos, él pasaba sus días corrompiéndose en una vida secreta de juegos, compinches licenciosos, y “multimillonarios en dinero pero paupérrismos en moral”.

También hay lugar para que el matrimonio imagine posibles candidatos para sus hijas, tales como hijos de embajadores, vicepresidentes, marqueses, hasta que al final se deciden por el gran duque heredero de Katzenyammer (“será el primer enlace morganático que se celebre en América”-dice el Sr.Foster).

Pero todo se derrumba. En ese derroche imaginativo, los Foster se dan cuenta que todo no puede ir siempre tan bien, y la bolsa se colapsa, los precios se desploman y los Foster pierden todo.

Pero se consuelan pensando que todavía no habían recibido el legado de su tío.

Las escenas finales del cuento son magníficas. Los Foster se enteran que su tío había muerto hacía cinco años, pobre, teniendo como activos solo una carretilla que regaló al que lo enterró, el editor del periódico Sagamore, quien en su momento quizo publicar una pequeña nota necrológica que no se publicó por falta de espacio.

Dos años después, los Foster, llenos de tristeza y envejecidos, se quejaban de que su tío podría haberles legado una suma que nos les hubiera hecho desear aumentarla, que estuviera más allá de cualquier tentación de especular.

-Eso es lo que hubiera hecho cualquier alma afectuosa, pero en él no había ningún espíritu generoso, no había piedad, no...- fue lo que dijo antes de morir el Sr Foster.

La crisis económica está dejando por el camino muchas familias como los Foster. Pero con una diferencia. Los Foster, aunque acabaron muriéndose de tristeza, en vida no se endeudaron. Su imaginación les llevó a vivir por encima de sus posibildades, y fue muy lindo mientras duró.

Twain acabó su cuento en 1904, pero casi 107 años después hay muchas familias que sí se endeudaron para vivir por encima de sus posibilidades y aunque nadie sabe como será nuestro final, de momento el tránsito está siendo bastante infeliz.

Moraleja del cuento: Los mercados financieros no son almas afectuosas, lo mismo que el tio de los Foster en el cuento de Twain.

Feliz 2011.

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